El “amor imposible” entre israelíes y palestinos

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Horroriza pensar que los seres humanos puedan ser incompatibles y más aún que no haya ninguna posibilidad de que la situación cambie en el futuro. El comprensible rencor que se genera cuando se tienen amigos, familiares o personas cercanas afectadas por todo lo que sucede en este rincón de Medio Oriente puede hacer que el horror sea eterno. El odio y la violencia no dejarán lugar a otras opciones. La diferencia cultural, la religión y el fanatismo sólo ayuda a profundizar la incompatibilidad. Miles de niños han nacido durante las últimas cuatro décadas en la Franja de Gaza y en Cisjordania en una situación que los palestinos llaman “bajo la ocupación israelí”. Algunos que ya tienen entre 20 y 40 años han participado, generado o visto las atrocidades de la guerra. Pero hay también muchos que han lucrado con ello, que se han apropiado de sus bienes, de los aportes recibidos con otros fines, pero sobre todo de sus vidas. Muchos de ellos se han convertido en terroristas por imposición o por convicción.

Otros son simples habitantes, testigos obligados de la realidad en esas tierras administradas por la corrupción de Fatah y la violencia de Hamás. En todos los casos el denominador común es el odio a Israel y a los judíos. Los niños o los adolescentes que tienen menos edad (aunque algunos son muy precoces en eso de tirar piedras y usar misiles) están recorriendo el mismo camino gracias a la educación recibida de la familia, la escuela, la televisión y el ejemplo de sus dirigentes.

Dadas así las cosas, el final no podrá ser otro que entregar su cuerpo y su alma al servicio de los déspotas que en busca de sus objetivos no escatiman en ver morir jóvenes o niños de su propio grupo sin que se les mueva un pelo, sin mostrar ningún tipo de arrepentimiento, siquiera el mínimo dolor.

No nos quieren

“Los palestinos no nos quieren, sólo quieren tirarnos al mar”. Está comprobado y documentado en sus declaraciones que eso es cierto. Sin intentar justificar en lo más mínimo sus actos de terror y sus deseos de aniquilarnos, les propongo que hagamos un pequeño ejercicio para tratar de comprender la realidad.

Imaginemos por un momento que nacimos palestinos y que recibimos durante años toda esa carga emotiva y violenta. Imaginemos que nos enseñaron desde la cuna, que los judíos mataron a nuestro tío, hermano o padre, que los israelíes nos quitaron nuestro territorio, que estamos bloqueados no porque tiramos misiles a los civiles ni porque cometemos atentados sino por capricho de esos judíos perversos culpables de todo lo que nos pasa.

Ahora, sólo por un instante, amemos a los judíos, busquemos la paz con ellos, tratemos de convivir con respeto y un trato de vecinos. ¡Convengamos que es difícil! Ningún razonamiento puede justificar la violencia y el odio permanente, las muertes o los secuestros, pero puede por lo menos explicar lo que nos pasa y lo que nos espera en el futuro. Nada ha cambiado ni nada cambiará a pesar de las mediaciones, acuerdos o firma de documentos. El odio inculcado durante décadas no desaparecerá en poco tiempo ni en muchos años.

Tratemos por un momento de amar a los palestinos. Hagamos el ejercicio al revés, algo que no osaré pedir a los palestinos que jamás se pondrán en lugar del otro. Pensemos en lo que nos pasa. Luego de peregrinar por el universo, humillados, torturados y asesinados por el fanatismo y la intolerancia, recibimos de las Naciones Unidas un pequeño pedazo de tierra árida donde edificar nuestra Nación, donde al fin poder vivir y defendernos.

No les voy a contar la historia de las promesas que recibieron los ocupantes de ese entonces para dejar el camino libre a las potencias árabes en su objetivo de arrojarnos al mar. Lo cierto es que la mayoría de ellos se fueron sin que los echen y hoy sus hijos quieren volver sin que los llamen. Nos quieren quitar los derechos recuperados, la tierra cultivada, las ciudades llenas de ciudadanos que trabajan en paz por el futuro, sin más detalles, nuestro sitio en el mundo, el único lugar donde los judíos pueden vivir sin ser discriminados, por lo menos por los de afuera.

Pensemos cuantos de nuestros ciudadanos han perdido familiares, no sólo en nuestros héroes muertos en combate. Pensemos en nuestros civiles víctimas de atentados terroristas, de ataques suicidas o de misiles. Pensemos en nuestro soldado secuestrado. Guilad Shalit no era un soldado de alto rango, ni siquiera sabemos si amaba ser soldado, pero estaba cumpliendo con su obligación, algo que todos nuestros jóvenes se ven obligados a hacer sin ser consultados debido a la situación de permanente peligro que corren nuestras vidas, nuestras pertenencias y nuestra Nación.

Aunque no soy rencoroso

Ahora tratemos por un momento de amar a los palestinos. ¡Vamos…, no me diga que puede hacerlo! Yo amo la paz, la libertad, amo respetar al prójimo y ser respetado, amo la vida. No soy rencoroso y a pesar de ello, por más que me esfuerzo no logro amar a los palestinos. Es que nadie puede querer a quien le hace daño salvo que sea masoquista. Nadie puede amar al verdugo de su familia o sus amigos y al verdugo en potencia de uno mismo.

Por lo tanto aun abriendo la mente a pensamientos positivos, aun aceptando las negociaciones con alguna esperanza de cambio, aun tendiendo una mano esperando que la otra parte decida tomarla con un mínimo de entendimiento, sabemos que el problema de fondo persiste y no dejará que ninguna iniciativa prospere. Puede ser que por conveniencia de unos o de otros se puedan firmar acuerdos o incluso que se logre una convivencia provisoria. Eso sólo llegará por presiones y no por convencimiento. La coyuntura internacional, las necesidades políticas, las ayudas económicas, la postura de las grandes potencias o de las organizaciones internacionales, son sólo algunos motivos que pueden llegar a producir cambios. Lamentablemente, cualquier avance no será definitivo mientras no desaparezca o aminore el odio vigente.

La desconfianza mutua tiene sobrados motivos, antecedentes y causas que la provocan. Una paz falsa impuesta a la fuerza será como una dictadura en la región y durará lo que dure el poder de los que la imponen.

Como el agua y el aceite, los palestinos y los israelíes serán seguramente condenados a seguir viviendo uno pegado con el otro. Será como vivir en un edificio donde nadie se saluda, donde todos ignoran al prójimo y no les importa lo que le pueda suceder, donde la desgracia de unos alegrará a los demás. Una pareja presionada para quererse a la fuerza está destinada al fracaso. La ONU, los Estados Unidos, la Unión Europea, La Liga Árabe y otras organizaciones internacionales no acompañan la realidad, la historia, los hechos recientes y pasados. El fin de la novela aún no ha sido escrito pero convengamos que se trata de “un amor imposible”.